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LA BIBLIA: la vida de Jesús


Estamos estudiando los “hombres más importantes” de la Biblia, sus hechos, y lo que podemos aprender acerca de sus vidas. Hemos ido de la Adán hasta Josué y de Josué hasta el nacimiento de Jesús, el hombre más grande e importante que ha existido. Más que un hombre, Jesús es el hijo de Dios que vino a la tierra a dar su vida por la salvación de la humanidad. En esta tercera entrega, los detalles de su vida y de su ministerio.

La vida de Jesús se narra en los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, pero en sentido más amplio toda la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis, habla del Mesías salvador que habrá de gobernar el mundo por los siglos de los siglos y ese Mesías es nuestro Señor Jesucristo.

Los cuatro evangelios son cuatro biografías separadas de Jesús. Aunque coinciden en muchos aspectos, cada uno menciona algunas cosas no relatadas en los otros. Mateo enfatiza que Jesús es el Mesías prometido, y cita las profecías para demostrar que todas las que hablan de Jesús se cumplieron al pie de la letra. Con ello demuestra que la Biblia es la palabra de Dios.

Marcos le da más énfasis a las enseñanzas de Jesús. Lucas realza la humanidad de Jesús al describir su interés en aliviar el sufrimiento del hombre.

Juan trata de probar la deidad de Cristo. Su evangelio comienza diciendo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3). Luego dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). También registró que las cosas que Jesús hizo, fueron escritas "para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31).

La madre de Jesús fue la virgen María quien concibió por el Espíritu Santo de Dios. Jesús era el hijo de Dios y en su humanidad era de familia real, descendiente directo del Rey David (Mateo 1:17).

Las circunstancias obligaron a que Jesús naciera en Belén como cumplimiento de la profecía de Miqueas, quien había dicho de esa aldea: "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel"(Miqueas 5:2).

Un pronunciamiento romano obligó a María y a su esposo José, ir a Belén para un censo especial. Cuando llegaron no pudieron encontrar lugar en el mesón, por lo que fueron a parar a un establo. Ahí, en el más humilde de los lugares nació el niño Jesús, y fue colocado en un pesebre. El nacimiento del Hijo de Dios fue anunciado por los ángeles a los pastores en el campo. Ellos inmediatamente fueron a Belén a conocer al niño. Mientras tanto, hombres unos sabios de oriente (los reyes magos) siguieron una estrella hasta que encontraron al infante recién nacido. En el camino ellos visitaron al Rey Herodes para preguntarle a dónde había nacido el niño. Herodes, temiendo por su trono, sacó un edicto para que mataran todos los niños menores de dos años. Pero él no pudo matar a Jesús como esperaba, porque José, siendo advertido por Dios, tomó al niño y a su madre y huyó a Egipto.

Jesús fue bautizado a la edad de treinta años por Juan el Bautista, en el Río Jordán. Sabiendo que Jesús no tenía pecado, Juan no quería bautizarlo, pero Jesús insistió diciendo que convenía cumplir toda justicia (Mateo 3:15).

2 Corintios 5:21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Jesús no se bautizó por sus pecados porque no era pecador, pero se hizo pasar por pecador en el bautismo, tomó el lugar de los pecadores para echar sobre sí los pecados de todos nosotros y que así fuésemos justificados.

Cuando Jesús salió del agua, Dios testificó desde los cielos que Jesús era su hijo amado (Marcos 1:11). Después de su bautismo, Jesús se internó en el desierto donde ayunó durante cuarenta días. Al final de ellos, el diablo se le apareció y lo tentó en varias formas. Jesús no le dio cabida a sus tentaciones, ni sucumbió al pecado. La primera vez que Jesús llamó la atención pública, fue en una boda en Cana en Galilea cuando convirtió el agua en vino. Ese fue su primer milagro, luego vinieron muchos otros. Jesús se mudó a la ciudad de Capernaum, a la orilla del Mar de Galilea, y allí vivió durante la mayor parte de su ministerio.Ese ministerio duró alrededor de tres años y medio. Durante este tiempo viajó a través de Palestina, haciendo milagros y enseñando acerca del reino de Dios. Jesus asistió a la Fiesta de la Pascua en Jerusalén y allí arrojó a los cambistas fuera del templo. Luego le dijo a Nicodemo que para ingresar al reino de Dios había que nacer de nuevo (Juan 3:3-5). Regresando a Galilea a través de Samaría, se encontró a una mujer junto al pozo de Jacob, cerca de la ciudad de Sicar. Después de hablar con ella extensamente acerca de cosas espirituales, él concluyó con un profundo pensamiento: “Dios es Espíritu: y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Juan 4:24).

Después de su regreso a Galilea, Jesús permaneció ahí alrededor de dos años, enseñando y sanando a los enfermos. Seguidamente fue a Jerusalén para asistir a la Fiesta de la Pascua. Una vez visitó Fenicia, la única ocasión en la que dejó Palestina. En Nazaret, su residencia de adolescente fue rechazado por su propia gente que se negó a creer las cosas que ellos habían oído acerca de él.

En los siguientes meses Jesús sanó a muchos en Galilea. Algunos vinieron recorriendo millas para oír sus enseñanzas o para recibir sanidad. Miles lo siguieron en sus viajes a las aldeas de Galilea o alas desoladas regiones que rodean el mar de Galilea. En uno de estos viajes a cerca de Capernaum, Jesús predicó su “Sermón del monte” recogido en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo. Probablemente es el más famoso sermón jamás expresado.

En una ocasión había 5.000 hombres escuchando su palabra de vida y multiplicó 5 bollos de pan y 2 pececillos para dar de comer a toda esa multitud. En otra ocasión también alimentó 4.000 hombres en forma similar. Tan grande fue su popularidad que una vez cuando cruzó el Mar de Galilea para escapar de las multitudes, éstas fueron hasta el otro lado del lago para encontrarse con él.

Jesús compartía con publicanos y pecadores y cuando lo criticaron dijo: “No he venido a llamar a justos, sino pecadores, al arrepentimiento” (Mateo 9:13).

En una ocasión, Jesús se transfiguró frente a tres de sus discípulos en la más gloriosa de las formas, y Moisés y Elías aparecieron y hablaron con él. Cuando Nuevamente se oyó a Dios decir desde los cielos: “Este es mi Hijo amado, en quien yo estoy complacido; a él oíd” (Mateo 17:5). De esa manera el Padre declaró que la ley y la profecía habían llegado a su fin para ser sustituidas por la gracia mediante la fe que Jesús ofrecía.

Después de dos años de enseñar en Galilea, Jesús regresó a Jerusalén para la Fiesta de los Tabernáculos. Aun antes de esto los fariseos habían tratado de hacerlo caer en contradicciones pero siempre habían fracasado. Ahora pensaban matarlo, pero su popularidad era muy grande para intentarlo. Así, Jesús pudo salir de Jerusalén y viajó a Perea, cruzando el Río Jordán. Fue aquí y en Judea donde Jesús pasó los últimos meses antes de su arresto y crucifixión. Mientras viajaba entre las dos provincias, preparó a sus discípulos para cuando él ya no estuviera más entre ellos. Jesús sabía que después de que él se hubiera ido, otros tendrían que continuar su obra. Por eso nombró a doce de sus discípulos como apóstoles. Jesús escogió a Pedro y Andrés su hermano; Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo. A Pedro, Santiago y Juan, también a Mateo, un recaudador de impuestos, y a Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo o Judas como era algunas veces llamado, Simón el Zelotes y A Judas Iscariote. La mayoría de estos eran pescadores del Mar de Galilea. Su entrenamiento incluía el testimonio de las hazañas hechas por Cristo y la audición de sus enseñanzas. Para darles experiencia los mandó a predicar, a sanar enfermos y a echar fuera demonios.

Su fama descansó no solamente sobre su enseñanza, sino sobre sus obras con las cuales demostró su deidad.

Los evangelios mencionan 35 milagros de Jesús. De estos, 16 fueron sanidades, ciegos a los que les dio la vista, el siervo de un centurión quien fue curado de parálisis y un hombre sordo y mudo de nacimiento que luego pudo oír y hablar. También liberó a 6 poseídos de demonios; además resucitó a tres personas, al hijo de una viuda en Naín, la hija de Jairo, un príncipe de la Sinagoga, y aLázaro, hermano de María y Marta, amigos de Jesús.

Se nos habla de otros 9 milagros, la alimentación de 5.000 y 4.000, su caminata sobre el Mar de Galilea, y su dominio de la tempestad en dicho mar. Jesús no obró milagros solamente para hacer bien a la gente. El los hizo para que los hombres creyeran su enseñanza y para que se dieran cuenta de su deidad.

El evento más importante en la historia del mundo es la crucifixión y resurrección de Cristo. Por algún tiempo Jesús había advertido a los doce apóstoles que él pronto los dejaría. Cinco días antes de ser crucificado, Jesús ordenó a sus discípulos que fueron por un pollino, en el cual entró a Jerusalén y todos lo aclamaron como el Mesías. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: “alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. (Zacarías 9:9).

Esto fue en domingo, al día siguiente Jesús entró en el templo como lo había hecho tres años antes, y volcó las mesas de los cambistas quienes trataban de hacer fuertes ganancias con las gentes que habían venido a adorar. Esto intensificó la determinación de sus enemigos de matarlo. Judas Iscariote, uno de los doce, vino al siguiente día al jefe de los sacerdotes ofreciéndole traicionar a Cristo. Se hizo un convenio y por treinta piezas de plata, algo así como veinte dólares, Judas convino en traicionar a Jesús.

La noche de la traición Jesús se reunió con sus discípulos para participar de la Fiesta de la Pascua. Esta vez les dijo a sus discípulos sus últimas palabras de exhortación; les mostró un maravilloso ejemplo al lavarles los pies; y oró a Dios por la unidad de todos los creyentes, tal como aparece en Juan 17. Durante la Pascua, Jesús instituyó la cena del Señor. El primero tomó el pan sin levadura de la Pascua, y luego el fruto de la vid y les dio a sus discípulos diciendo: “Esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre” (Mateo 26:26,28).

El catolicismo romano ha malentendido las palabras de Jesús cuando enseña que el pan y el jugo de la vid eran, literalmente, su cuerpo y su sangre. Jesús estaba solamente empleando una figura literaria conocida como metáfora, en la cual una cosa simboliza otra cosa. Cuando él dijo: esto es mi cuerpo, estaba declarando: “Esto representa mi cuerpo.” De igual manera Jesús dijo de manera figurada en otra ocasión que él era la puerta y Jesús no era ninguna puerta, literalmente hablando.

Después de la cena, Jesús salió de Jerusalén con sus discípulos y cruzó el arroyo del Cedrón para dirigirse al Jardín de Getsemaní. Ahí él suplicó fervientemente al Padre pasar la copa de sufrimiento. En su agonía Jesús sudó gotas de sangre. Al final aceptó hacer la voluntad del Padre y regresó adonde había dejado a sus discípulos y los encontró durmiendo, en el momento en que más necesitaba de ellos. Cuando ya preparaban a salir del jardín, se vieron rodeados por una multitud que había venido con espadas y palos a arrestarlo. Iban dirigidos por Judas quien fue directamente a Cristo y lo besó para indicarles a sus cómplices cuál era el hombre que ellos buscaban. En un momento de ímpetu, Pedro sacó su espada e hirió la oreja del siervo del sumo sacerdote; pero Jesús lo sanó inmediatamente. Un rato más tarde todos los discípulos incluyendo a Pedro, huyeron, dejando sólo a Jesús por temor a que a ellos también los arrestaran.

El juicio de Cristo fue irregular e ilegal por sus modelos judiciales. Al caer la noche, fue primeramente llevado a Anas, suegro de Caifás, sumo sacerdote de los judíos. De Anas fue enviado a Caifás, quien lo encontró digno de muerte. Durante estas horas siniestras de la noche Pedro, por miedo al desprecio de los judíos, negó que conociera a Jesús. Primero Judas lo había traicionado y ahora Pedro lo negaba. Pero mientras Judas fue y se colgó, Pedro se arrepintió con amargas lágrimas; y desde ahí siguió fiel al Señor.

Después del amanecer, Cristo fue llevado ante el concilio judío, donde la decisión de Caifás fue formalmente aprobada. Bajo la ley romana, sin embargo, los judíos no tenían autoridad de condenar a muerte a un hombre. De ahí que enviaron a Jesús al gobernador romano Pilato, quien no pudo encontrar culpa en Jesús. Pilato lo envió a Herodes quien tenía jurisdicción en Galilea, donde Jesús había hecho la mayoría de sus predicaciones. Herodes se lo devolvió a Pilato. Pilato trató de encontrar la manera de soltarlo y a la vez complacer a la gente; pero como falló en su intento, dio el consentimiento de crucificarlo, aunque sabía que era inocente. Entonces fue entregado a los soldados romanos quienes brutalmente lo escarnecieron y lo azotaron para luego llevarlo a la crucifixión.

Jesús fue crucificado el viernes a las 9 de la mañana en un lugar fuera de Jerusalén llamado Gólgota o Calvario. Sobre su cabeza, en la cruz, estaba la inscripción “JESÚS DE NAZARET, REY DE LOS JUDÍOS.” A cada lado también crucificaron a un ladrón para así manifestar su desprecio hacia él. Esta fue la hora de las más densas tinieblas en la historia del mundo; pero después de estas tinieblas vino la luz, ya que Jesús conquistó la muerte y el sepulcro.

Las siete palabras de Cristo sobre la cruz fueron: 1) “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Abajo los soldados echaban suertes para repartirse su túnica. 2) A su madre: “He aquí a tu hijo.” A Juan, encomendándola a su cuidado: “He aquí a tu madre”. 3) Al ladrón que le pidió que lo recordara: “De cierto te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso.” Ya era mediodía. En las siguientes tres horas toda la tierra se quedó en tinieblas. 4) “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” 5) “Tengo sed” Le dieron a beber vinagre. 6) A las 3:00 p.m. exclamó: “Consumado es”

7) “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”

A su muerte, la tierra fue sacudida por un enorme terremoto y el velo del templo se rasgó en dos, significando así que gracias a Jesús podemos “entrar confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).

Observando los eventos de esa hora, el centurión que lo había crucificado exclamó: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios” (Mateo 27:54).

Nicodemo y un hombre rico, José de Arimatea, sepultaron a Jesús en la tumba de José, con la ayuda de varias mujeres. Como ya era de noche, ellos decidieron esperar hasta después del sábado para terminar su trabajo. Pilato colocó guardianes a la entrada de la tumba de Jesús para evitar que vinieran los discípulos de Jesús y se robaran el cuerpo.

“El no está aquí, pues ha resucitado” (Mateo 28:6) Con estas palabras, las mujeres que habían venido a la tumba de Jesús, al amanecer del primer día de la semana, fueron saludadas por un ángel que se paró frente a ellas. La piedra había sido removida y la tumba estaba vacía. ¿ Las mujeres fueron a decirles a los apóstoles lo que había pasado. Inmediatamente Pedro y Juan corrieron al sepulcro para confirmar esta noticia. Poco más tarde María Magdalena estaba llorando cerca de la tumba. Súbitamente, Jesús se le apareció, pero ella no lo reconoció hasta que él la llamó por su nombre. Cerca de esta hora, Jesús se apareció a otras mujeres. Los relatos de sus apariciones aumentó la esperanza de los apóstoles que habían sido desparramados como ovejas sin pastor después de la crucifixión. Cristo se apareció a dos discípulos que iban camino a Emaús.

Ese mismo día, Jesús súbitamente se apareció en medio de ellos, quienes estaban reunidos en un cuarto cerrado. Pero las heridas de su cuerpo pronto los convencieron de que el hombre parado frente a ellos era su Maestro en la carne. Jesús les mostró que no era un espiritu al comer pescado en su presencia (Lucas 24:43). Los apóstoles no dudaron más de la resurrección de Jesús, excepto Tomás que estaba ausente.

Cuando él oyó de estos eventos dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado no creeré” (Juan 20:25). Justamente, una semana más tarde, Jesús se apareció de nuevo a sus discípulos. Esta vez estaba presente Tomás y Jesús le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente” (Juan 20:27). Tomás exclamó: “Señor mío y Dios mío” El hecho de que los apóstoles y especialmente Tomás, convirtieran su escepticismo en fe es una de las pruebas más poderosas de la resurrección corporal de Jesús.

Más tarde, Jesús se apareció a 7 discípulos en el Mar de Galilea; y otra vez a los once en una montaña. El apóstol Pablo dice que también se apareció a más de 500 personas a la vez, a Santiago (1 Corintios 15:6,7) y a él mismo.

Finalmente se apareció a todos los apóstoles para su ascensión al cielo, cuarenta días después de la resurrección. Mientras Jesús hablaba con ellos, dándoles las palabras finales de exhortación, ascendió entre las nubes del cielo y no fue visto más por ellos.

La importancia de la resurrección de Jesús es resumida por Pablo: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe... Y somos hallados falsos testigos de Dios... Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1 Corintios 15:14,15,17).

Jesús murió para limpiar nuestros pecados. Pero nosotros no sabríamos que él hizo esto a menos que supiéramos que él se levantó de la tumba; puesto que uno que no tuviera poder para conquistar la muerte no tendría poder para perdonar pecados. Solamente a la luz de la tumba vacía la cruz tiene significado.

Además, la resurrección de Jesús demuestra la seguridad de nuestra resurrección. Si él pudo conquistar la muerte por sí mismo, él también puede resucitar a sus discípulos. La esperanza de la vida eterna de los cristianos está ligada a la resurrección de Jesús.

La resurrección de Cristo también trajo el fin del antiguo pacto y su ley Mosaica, en la cual Israel había vivido por 1500 años terminó en el Calvario. Desde ese tiempo en adelante, Judíos y gentiles, vivimos en la Era de la gracia.

Antes de su ascensión Jesús dio a sus discípulos una comisión de ir a todas las naciones. Aunque él previamente les había dado orden de ir a los judíos, su nueva comisión era el amplio mundo en toda su extensión:

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere será condenado” (Marcos 16:15,16).

El cristianismo es agresivo, Jesús insiste en que sus discípulos lleven el evangelio a otros. De ahí que él instruyera a los apóstoles para que fueran por todo el mundo. Ellos iban a predicar y a enseñar el evangelio, el cual incluye la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. Ellos proclamaron a Cristo y no ninguna religión. Su mensaje fue llevado a todas las naciones.

Las condiciones de salvación que son dadas en la gran comisión son simples. Un pecador debe creer en Cristo y ser bautizado. La bendición del perdón de pecados viene como resultado de que uno se ha bautizado (Hechos 2:38), no antes de bautizarse. Jesús declaró: “El que creyere y fuere bautizado será salvo”

La gran comisión concluye instruyendo a los apóstoles para que enseñen a los convertidos todas las cosas que Cristo ha mandado. No es suficiente mostrar a los perdidos cómo venir a Cristo. También se les deben enseñar cómo vivir para Cristo (2 Corintios 5:15), para que puedan recibir el galardón eterno cuando dejen esta vida.

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